El problema de la enseñabilidad de la Filosofía está intrínsicamente ligado al proceso del desarrollo histórico de la práctica social del pensamiento. Ya en tan temprana fecha Platón hacía referencia de ello en su obra La República1 al reconocer como cualidades de la naturaleza del filósofo: “el valor, la grandeza de alma, la facilidad para aprender y la memoria” (2008: 163). Este problema se vuelve recurrente en la actividad de los pensadores, desde los sofistas hasta nuestros días, independientemente de la región del saber explorada y del partidismo filosófico asumido.
A medida que la filosofía fue conformando, en el decursar del tiempo, con el fenómeno educativo un binomio de trabajo en la formación del hombre, se fue generando una fisura entre la actividad de filosofar como esfera de actuación y la enseñanza como actividad docente en la dinámica del proceso de socialización. A modo de referente citemos: Benito de Espinoza advertía que la acción de enseñar limitaba la actividad profesional del filósofo, Kant que consideraba la filosofía como “el sistema de todo conocimiento filosófico” hacía distinción entre la filosofía “ex datis” , o sea, el conocimiento histórico de la filosofía y su enseñanza y la filosofía “ex principiis” como la actividad profesional del filósofo, y en este contexto era partidario de aplicar el método matemático y sus procedimientos; también concedía especial significación a la actividad intelectual del reflexionar como dialéctica entre la apariencia y la experiencia2. Por su parte, Hegel, en su Enciclopedia3, al considerar a la filosofía no sólo como una ciencia, sino también como “un modo peculiar del pensamiento” enfatiza en los procedimientos del filosofar en cuanto al ejercicio del criterio desde los predios de la dialéctica.
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